domingo, 8 de septiembre de 2024

El vagón del Armisticio

Un simple coche restaurante de los ferrocarriles franceses se convirtió en testimonio del fin de la Gran Guerra y de una venganza algo más de veinte años después. Primero fue el 11 de noviembre de 1918, y en el mismo lugar, un segundo, el 22 de junio de 1940.

El vagón del armisticio
Propiedad de la Compagnie Internationale des Wagons-Lits, el coche comedor CIWL 2419 D, fue construido en 1914 en Saint-Denis y su uso era para que los viajeros adinerados disfrutaran de selectos menús mientras viajaban de París al lujoso balneario de Deauville. Su destino cambió en agosto de 1918, cuando el mariscal Ferdinand Foch, lo convirtió en su oficina ambulante, en un momento en que el final de la guerra parecía muy cercano.

El vagón del armisticio
La idea inicial, era que la rendición alemana se firmara en Senlis, donde Foch tenía su cuartel general, pero la población había sido brutalmente atacada por los germanos antes de la primera Batalla del Marne, en 1914. Pero se temía una brutal reacción de la población que decidiera vengarse. Para evitar cualquier altercado se resolvió hacerlo en un lugar más aislado y el bosque de Compiègne fue el sitio elegido.

La delegación alemana cruzó la línea del frente la noche del 7 de noviembre de 1918 en varios automóviles escoltados por tropas francesas. Diez horas después llegaron a Compiègne. En el vagón lo esperaba el mariscal Foch junto a un alto oficial británico sin ninguna pretensión de negociación. Foch se limitó a entregarle un documento que imponía a Alemania una fuerte desmilitarización, la pérdida de territorios, el pago de grandes indemnizaciones de guerra, junto a otras concesiones. Tenían 72 horas para aceptar las condiciones.

Los germanos protestaron enérgicamente ante tan severas condiciones. No se podía considerar un armisticio. Que era una rendición incondicional. Todo fue en vano, no se cambió absolutamente nada del texto. Humillados, se vieron obligados a firmar. La rúbrica se materializó a las 5:30 del 11 de noviembre en el vagón sin la presencia de testigos, salvo los firmantes y un oficial del ejército francés. Tras la rendición, Foch ordenó que el coche oficina fuera trasladado a París para ser expuesto como triunfo sobre los alemanes

El vagón del armisticio
22 años después la situación fue muy diferente. Alemania parecía imparable y Francia había caído derrotada en pocas semanas. París cayó en manos alemanas el 14 de junio y el gobierno francés, que se encontraba en Burdeos, quiso pedir un armisticio. El presidente Paul Reinaud era contrario y renuncio a su cargo, por lo que fue sustituido por el mariscal Philippe Pétain, Hitler tenía clara la venganza por la derrota de la Primera Guerra Mundial. El vagón del armisticio de 1918 volvería al bosque de Compiègne.

Para rematar la humillación francesa, Hitler se sentó en el mismo lugar que el mariscal Foch y obligó a los franceses a hacer lo mismo en los lugares que ocuparon, más de dos décadas antes, los representantes alemanes. Tras unas palabras Hitler se retiró, y el mariscal Keitel entregó las condiciones del armisticio que determinaba, entre otras condiciones, que Alemania ocuparía dos terceras partes del país dejando el resto a un gobierno colaboracionista y que Francia debía costear los gastos del ejército de ocupación estimado en unos 400 millones de francos diarios. Evidentemente, los franceses se quejaron de unas condiciones tan duras, pero, como sucedió en 1918, los alemanes se mantuvieron inflexibles.

El vagón del armisticio
Tras la firma, Hitler ordenó destruir todo lo referente a la victoria francesa de 1918, salvo la estatua del mariscal Foch y que el vagón fuera trasladado a Berlín, como se hizo más de veinte años antes en París. Se colocó una pasarela a su alrededor para que a través de sus ventanas se viera el interior en el que se exponía el original del Tratado de Versalles.

En 1945 una delegación del ejército francés se dedicó a buscar el vagón para llevarlo de vuelta a París, pero fue en vano. Poco a poco fueron apareciendo algunas partes del vagón del armisticio que actualmente se pueden ver en el Museo del Armisticio de Compiègne. Hitler ordenó a las SS destruirlo para que no volviera a ser usado para la rendición de Alemania. Desde 1950 un coche comedor perteneciente a la misma serie y acondicionado como el original CIWL 2419 D se encuentra en el mismo lugar de Compiégne.

Para saber más:
Museo del Armisticio
National Geographic
La Razón
France24
Asuntos Ferroviarios
AP News

domingo, 25 de agosto de 2024

34 días a la deriva

Este periplo de más de un mes comenzó un 14 de enero de 1942, cuando los tripulantes de un avión torpedero Douglas TBD Devastator, perteneciente al portaviones Enterprise, se encontraron perdidos y solos en mitad del océano tras realizar una misión. Los tres desafortunados aviadores eran el Mayor Harold Dixon, piloto, el operador de radio Gene D. Aldrich y el bombardero Anthony J. Pastula. 

34 días a la deriva
Un error fatal de la brújula del aeroplano les había dejado sin la posibilidad de conocer por qué zona del océano Pacífico estaban volando. Bajo ellos se encontraba un océano que parecía no tener fin. Intentaron por todos los medios avistar en la inmensidad del agua algo que les ayudara a volver. Lo inevitable tenía que pasar: el combustible se acabó y Dixon se vio obligado a realizar un amerizaje. Por suerte nadie resultó herido y comenzaron a prepararse para lo que podría venir. Pero como las desgracias nunca vienen solas, empezaron las complicaciones. Cuando se disponían a inflar el bote salvavidas, la bombona con el CO₂ no funcionó y se vieron obligados a hincharlo a pulmón. Mientras se afanaban en esa dura tarea, el avión se hundió. Los tres aviadores se encontraban en un bote a medio hinchar de 1,2 por 2,4 metros, sin comida, ni agua y con unas pocas herramientas. Por la imaginación de ninguno se paseó la eventualidad de pasar los próximos 34 días en esa diminuta barca hinchable, a merced del capricho de las olas y con un sol de justicia.

Para lograr sobrevivir cazaron algún ave que se llegó a posar en el bote, un pobre pez que se les acercó y varios cocos que flotaban a la deriva. La escasez de agua potable  la solucionaron al poder recoger el vital líquido que les otorgó la lluvia. 

34 días a la deriva
Al llegar la octava jornada, se despertaron rodeados de un grupo de tiburones. Guiado por el instinto de supervivencia, Aldrich acuchilló a uno de ellos. Esto le sirvió para seguir alimentándose. Incluso pudieron comerse algunos pequeños peces que encontraron en su estómago. A partir del día 28, su suerte para hallar alimento cambió y estuvieron sin nada hasta el 19 de febrero.

Por fin, tras de un largo viaje de 1.200 millas, Harold, Gene y Anthony arribaron a la costa la isla de Pukapuka, antes llamada Isla Peligro, al norte de las Islas Cook, gracias a los vientos de un ciclón que los había zarandeado durante un par de jornadas. Acurrucados en una choza, fueron encontrados por un lugareño que les dio cocos para beber antes de partir en busca de ayuda. Finalmente, fueron recogidos por un hidroavión del dragaminas Swan.

Por su esfuerzo por mantener con vida a sus compañeros, el mayor Dixon recibió la Cruz de la Marina, por “un heroísmo extremo, una determinación excepcional, ingenio, destreza en la marinería, excelente juicio y la más alta calidad dentro del liderazgo”. Sus compañeros Pastula y Aldrich recibieron sendas condecoraciones presidenciales “por su extraordinario coraje, fortaleza, fortaleza de carácter y resistencia excepcional”.

La historia de estos tres aviadores aparece en la novela The Raft (La balsa) de Robert Trumbull, publicada en 1942, y convertida en una película titulada Against the Sun (Perdidos en el Pacífico) de 2014. Curiosamente, la balsa salvavidas se puede ver en el Museo Nacional de Aviación Naval de Florida.


domingo, 11 de agosto de 2024

La bufanda de Rommel

En 1912, cuando Erwin Rommel era solo un teniente destinado en el 124.º Regimiento de Infantería en Weingarten, conoció a una joven vendedora de frutas llamada Walburga Stemmer, con quien tuvo un romance. De este romance nació al año siguiente una niña a la que llamaron Gertrud. Pero todo no era felicidad para la pareja. Rommel estaba comprometido con Lucie María Mollin, que se encontraba estudiando en Danzig. 

La bufanda de Rommel
Rommel amaba a Walburga, pero se vio obligado a romper la relación debido a la insistencia de su madre, que consideraba que una frutera no era una esposa digna de un oficial alemán. Pero a pesar de la separación forzosa, Rommel mantuvo el contacto y ayudó económicamente a Walburga y a Gertrud, a quien siempre le mostró un paternal y sincero cariño. Poco después del estallido de la Gran Guerra, Rommel arreglo la documentación de su seguro de vida para que su hija Gertrud fuera la beneficiaria, en el caso de que cayera en combate.

En 1916 Rommel contrajo matrimonio con Lucie María Mollin. El tiempo pasaba y no fue hasta 1928 cuando Lucie quedó embarazada de su primer hijo primogénito, Manfred. La noticia dejó destrozada a Walburga que siempre tuvo la esperanza de que su amado Erwin volviera con ellas. Ese mismo año falleció Walburga. Oficialmente, la muerte se debió a una neumonía; sin embargo, su nieto afirmó que se suicidó debido a gran pena que padecía. Gertrud, con tan solo quince años, perdió a su madre, pero no se quedó sola. Erwin y su esposa Lucie se hicieron cargo de ella, casi como si fuera hija de ambos. 

La bufanda de Rommel
En una ocasión su hija le regaló la famosa bufanda que ella misma tejió y es la que el Mariscal Rommel usó y que podemos ver en muchas de las imágenes en las que aparece el Zorro del Desierto. En esas fotos también se le suele ver con unas gafas para protegerse de la fina arena del desierto y tienen un curioso origen. 

En 1941, a principios de abril, Rommel llegó a El Mekili para realizar una inspección. Observó muy interesado unos enormes carros de personal apresados a los británicos, que los alemanes apodaron Mammoth. Tanto le gustó el vehículo que se quedó con uno de ellos para su uso personal en el campo de batalla. Mientras se descargaban los pertrechos capturados se fijó en un par de grandes gafas que le gustaron. Con una sonrisa dijo: Bueno. Incluso un general puede hacerse con un botín. Me llevaré estas gafas. Se las colocó sobre su gorra y desde ese momento las gafas y la bufanda tejida por Gertrud, se convirtieron en dos elementos icónicos de la imagen de Erwin Rommel, el Zorro del Desierto.